Se dice que ser solidarios y generosos nos hace más felices.
Realmente la solidaridad y la compasión por los demás debería ser una práctica diaria para todos nosotros.
Estoy seguro de que ejercitaríamos más este afán por ayudar a otros si no formáramos parte de sociedades donde vivimos a la carrera, destinando la mayor parte de nuestro tiempo a trabajos con los que se lucran otros (generalmente siempre poderosos); preocupándonos por cosas realmente banales como qué dirán o pensarán de nosotros; o destinando nuestros esfuerzos a la obtención de cosas materiales, que solo nos aportan felicidad en el corto plazo y sirven para alimentar el círculo vicioso de la frustración para quienes anhelan lo que tienen los demás y son incapaces de conseguir para sí.
Si no fuéramos rehenes de este modo de vida, que en la raíz se basa en la baja autoestima, el egoísmo y el narcisismo, seríamos muchas más personas las que dedicamos una parte de nuestro tiempo a la mejora en la calidad de vida de otras, en general, dependientes, con necesidades especiales y/o en riesgo de exclusión.
Y es que me quiero centrar en la solidaridad que exige un mayor compromiso, la que se basa en donar nuestro tiempo, y no tanto en donar nuestro dinero (también fundamental, por otro lado).
¿Por qué no donamos nuestro tiempo en iniciativas solidarias?
Si no participamos de iniciativas solidarias que tienen como fin último paliar de alguna manera el sufrimiento de los demás, sea del tipo que sea, quiero pensar que no es por falta de voluntad, de buena voluntad, sino por una falta de tiempo o de dinero.
Por supuesto siempre existirá la mezquindad de quienes desdeñan iniciativas como esta no solo para sí mismos sino para otros, porque carecen de la más mínima empatía. Pero este tipo de gente, por fortuna, son los menos.
Incluso puede que no nos planteemos ayudar a otras personas simplemente por un mero y natural cuestionamiento de nuestras propias capacidades y habilidades: “¿y qué voy a hacer yo?”. La respuesta es que siempre se puede hacer algo.
Lo cierto es que en general se trata de una cuestión de tiempo, pero también de nuestra responsabilidad para decidir qué hacemos con el tiempo que tenemos.
Primeramente afrontemos que muchos tienen que lidiar con empresas que necesitan a sus trabajadores calentado la silla en interminables jornadas laborales hasta las 19 o 20 hs., cuando podrían hacer su trabajo o parte de él en menos tiempo o en otro momento, reduciendo así su jornada y permitiéndoles disponer de más tiempo para su ocio, su descanso o para ejercer un voluntariado.
Igualmente, tengamos en cuenta las circunstancias adversas de muchísima gente. Circunstancias que tienen que afrontar solos, o personas que ya se ocupan de familiares con problemas.
Sin embargo, seamos también críticos con nosotros mismos y conscientes de que muchos de nosotros, sin esos u otros condicionantes, podemos hacer algo. Aunque sea solo un poco, aunque tan solo sea un par de horas el fin de semana, porque no se trata únicamente de la cantidad de ese tiempo sino de la calidad del mismo y de lo mucho y bien que puede influir en otras personas, por poco que este parezca.
¿De verdad necesito contestar esos mails de trabajo el fin de semana? ¿De verdad necesito pasar tres horas al día tumbado en el sofá? ¿De verdad tengo que pasar tantas horas en el gimnasio? ¿De verdad necesito comprar y tener esto o aquello? ¿De verdad no puedo destinar algunos de mis días libres, fines de semana o vacaciones, a hacer algo por los demás?
Decía al comienzo que ser solidarios nos aporta felicidad. Y lo digo con conocimiento de causa. Ciertamente, ayudar a otros es una gran forma de invertir nuestro tiempo libre. Porque generamos bienestar en quien lo necesita, pero también provocamos que nos sintamos bien con nosotros mismos, y esto redunda también en nuestro propio bienestar y en nuestra salud.
Hay miles de causas, sal y encuentra la tuya
Hace un mes comencé a colaborar con las ONGs Servicio Civil Internacional y Asociación de Ayuda al Pueblo Sirio, como profesor de español a refugiados.
Llevaba ya varios años pensando en participar de algún tipo de voluntariado, pero de nuevo la falta de tiempo, las preocupaciones o la salud, o mi propia lista de prioridades me alejaban de dar este paso.
En diciembre del año pasado hice mis propósitos de año nuevo… Y este fue uno de ellos. Con determinación finalmente me he puesto manos a la obra.
Primero me pregunté qué puedo hacer, qué soy capaz de hacer, en qué creo que puedo aportar a gente que lo necesita.
Curiosamente, sin haberlo pensado antes, me di cuenta de que podría ser capaz de hacer muchísimas cosas, y muchas de ellas sin apenas esfuerzo o formación previa. Porque, piénsalo, ¿es que hace falta algo especial para pasar una o dos horas en semana con un abuelo que está solo? ¿o se necesita algo fuera de lo normal para colaborar organizativamente con un banco de alimentos?
Luego me dije que ya que iba a invertir una parte de mi tiempo, aunque fuera por una buena causa, me gustaría que conllevara el contacto humano. Como decía, hay muchas esferas del voluntariado donde se puede colaborar, unas están en la trastienda y son importantísimas e imprescindibles, pero otras están al lado de la gente, y yo quería que mi experiencia implicase esa cercanía.
Por último, me propuse que además fuera algo que me gustase y motivase. Así que concluí que, por qué no, podría dar clases de español a inmigrantes, un colectivo para el que su integración en nuestra sociedad es primordial, tanto para ellos como nosotros. Una integración que pasa en un primer momento por la acogida, y que pasa después irremediablemente por la adquisición de la lengua, como elemento imprescindible para la comunicación y la adaptación.
Contacté con estas dos ONGs, SCI y AAPS, y a través de ellas he podido optar a un voluntariado dando clases de apoyo escolar, fundamentalmente Lengua Española y Inglés, a los hijos de una familia de refugiados sirios en Madrid.
En el poco tiempo que llevo trabajando con ellos, he sido aún más consciente de los dramas personales y colectivos que arrastran quienes han tenido que vivir una guerra y el exilio. También me he reafirmado en lo importante que es la educación, y de lo poco y mal que está preparado nuestro sistema educativo para acoger y fomentar que chicos como los de esta familia de refugiados no se queden atrás y puedan alcanzar el mismo nivel y oportunidades que el resto de sus compañeros.
Mi labor es pequeña en el espacio, pero es enorme en la influencia y resultados que puedo conseguir ayudando a dos niños a ser autorresponsables, a adquirir una rutina de estudio, a saber concentrarse y estudiar, a fomentar que lean y aprendan, a cultivar sus mentes y sus deseos de crecer, a permitir que no queden excluidos ni relegados.
¡La labor es titánica! Me propuse verlos cuatro horas a la semana pero al final siempre estoy más, porque se trata de tiempo, pero también de voluntad.