Mi aventura turca
Por Eva Sánchez García
Tras un largo tiempo buscando un proyecto de Servicio de Voluntariado Europeo, o como es conocido alrededor de Europa “EVS”, por fin encontré uno que realmente me atraía. Era en un país diferente, Turquía, en una ciudad desconocida para mí, Gaziantep, y estaba relacionado con todo lo que me gustaba: niños, derechos humanos, refugiados… De un día para otro mandé la carta de motivación y me aceptaron. ¡En tres semanas por fin iba a ir!
Según estaba, y sigue estando, la situación allí, todo el mundo me advirtió de que no debía ir, que cambiara de proyecto y me replanteara mi decisión. Pero ya estaba tomada. Sabía que un proyecto así abriría mis oportunidades profesionales y personales. Además me iba a uno de los países que más ganas tenía de visitar sin ninguna duda, por lo que no podía dejar pasar la ocasión de vivir dos meses en Oriente Medio.
Una vez allí, una de las cosas que más me gustaron es que estaba lleno de voluntarios de nacionalidades muy diversas, aparte de los voluntarios locales, tanto sirios como turcos. De esta manera sabía que iba a compartir diferentes experiencias y enriquecerme como persona. Y así fue. Aparte de todo el tiempo que tuvimos para contar diversas historias también hubo la oportunidad de probar distintas comidas, bebidas, celebrar noches culturales y, cómo no, intentar que supieran también cómo es la verdadera vida española, con tortilla de patata y grandes fiestas.
En cuanto al proyecto en sí, lo que más me gustó es que había opciones muy diversas. Mi actividad principal era en un orfanato con niños turcos, en donde lo principal fue enseñarles inglés, ya que el nivel en el país otomano es bastante escaso. También asistí durante los dos meses a dos centros de refugiados sirios. En el primero se les enseñaba música, informática, inglés, pintura, etc. En el segundo trabajábamos con niños pequeños, divirtiéndonos con ellos cantando, jugando y pintando. Además tuve la oportunidad de colaborar en un nuevo proyecto, creado por los propios voluntarios: el “cooking project”, basado en pasar horas cocinando para después repartir esta comida en barrios donde vivían niños con menos oportunidades. Sinceramente cada uno de los proyectos aportaba algo distinto, había algunos que resultaban más positivos que otros al final del día. En unos era escuchar sus historias de cómo se convirtieron en refugiados o como es su vida actual. En otros ver en los ojos de los niños el trauma de la guerra, lo que te hace reflexionar más sobre la vida. No obstante, lo que nos animaba a seguir continuando es que en cada actividad siempre había alguien que te brindaba una sonrisa sin esperar nada a cambio.
Durante mi proyecto “short-term” tuve también la oportunidad de viajar por una parte importante de Turquía y conocer la cultura del país. Gracias a ello llegué a la conclusión de que la gente local es tremendamente amable y agradecida. No solo te ayudan sino que además es muy típico que te inviten a tomar “çai” o a comer un kebap o lahmacun, entre otras exquisiteces que podemos encontrar allí.
Recomiendo sin duda que os unáis a un proyecto así. Que aprovechéis la oportunidad que brinda la Unión Europea para formar parte de un EVS, porque no solo es pasar un tiempo fuera, sino que ayuda a crecer como persona, a dejar a un lado estereotipos y conocer una realidad diferente a la nuestra.
Ahora que he vuelto a España siento la necesidad de volver. No sé si será al mismo proyecto, ya que tengo suerte de que aún me queda la posibilidad de hacer un “long-term”. Pero sí sé que una vez que empiezas a ayudar y a hacer feliz a gente con pequeños gestos, es muy difícil parar.»