Mi experiencia en SCI comenzó el pasado mes de septiembre. Yo buscaba un lugar en el que ofrecer parte de mi tiempo libre, que no es mucho, porque mi jornada laboral es larga y solo dispongo de la tarde de los viernes. Cuando me inscribí en la oferta para ser profe de español en SCI, pensé que era una buena oportunidad para poner en práctica algunos de los conocimientos del máster de Educación Intercultural que estoy cursando en la UNED, además de ayudar a personas necesitadas y aportar, de esa manera, mi granito de arena a la sociedad.

De la primera reunión salí bastante contenta porque según nos explicaron, el tipo de trabajo iba a ser horizontal y, por tanto, se iban a tener en cuenta todas nuestras opiniones y todas nuestras ideas iban a ser bienvenidas, esto ya me pareció muy positivo, así que pensé que en SCI  me iba a encontrar muy a gusto. Sobre el público al que nos íbamos a dirigir no me quedó muy claro al principio quién iba a ser el colectivo, porque nos hablaron de inmigrantes, refugiados políticos, estudiantes extranjeros…El caso es que cuando llegó el momento de dar la primera clase, a la que yo iba un poco nerviosa (porque en realidad no había sido nunca profesora de español para extranjeros/as adultos/as) me quedé un poco sorprendida por el alumnado asistente. He de decir que yo ese día casi no intervine porque había otras voluntarias con titulaciones del Instituto Cervantes o de otras academias, que tenían mucho más claro que yo cómo comenzar una clase, así que simplemente las observé mientras iba pensando que los/as alumnos/as que teníamos no eran el prototipo de personas necesitadas a las que yo había pensado ayudar. Cuando terminó la clase lo comentamos entre nosotras y casi todas coincidimos en la misma impresión, que la población no era la que esperábamos, dado que la mayoría ya tenían un buen nivel de español y que muchos/as estaban ya trabajando o estudiando y no parecían tener carencias económicas. Creo que este fue el motivo por el que  a lo largo de las siguientes semanas fueron desapareciendo bastantes voluntarios y por el que al final nos quedamos prácticamente solo dos para los viernes, que decidimos turnarnos para que nos resultara más sencillo planificarnos.

Yo fui tomando las riendas de la clase poco a poco. Me di cuenta de que los/as alumnos/as eran muy receptivos a cualquier ayuda y que no necesitaba prepararme mucho técnicamente, sino que con un poquito de gramática y alguna lectura enseguida salían temas interesantes sobre los que conversar. Así fue cómo me fui enganchando a los pequeños debates que se fueron generando, al principio entre Antonio y Tammen, sobre los judíos y los musulmanes, para los que llevé un texto sobre la convivencia pacífica de estos pueblos en España allá por los siglos XIV y XV. Tammen, que era de Jerusalén, nos contaba que era la ciudad más bonita que conocía, pero que también le habían impresionado las auroras boreales de Suecia, donde había vivido unos cuantos años. Le costaba hablar español porque no llevaba mucho tiempo en España y todas/os le animábamos a que practicara porque su jefe le había dicho que si no aprendía no le iba a renovar el contrato. Luego dejó de venir y no supe el motivo, pero prefiero pensar que dejó de necesitar nuestras clases por una buena razón.

De Antonio aprendí sobre la resistencia del mármol. Era ingeniero de caminos (de “chimeneas”, como bromeaba él, porque la palabra caminos en italiano significa chimeneas) y estaba haciendo su tesis sobre la resistencia del mármol, que resultó ser aún mayor de la esperada, según me contó.

Y ahí estaba siempre Taras, de Ucrania, que no hablaba mucho, pero sabía mucha gramática porque asistía a las clases de todos los niveles que se impartían en SCI. Era pastelero y cocinaba de lujo. Pudimos comprobarlo en la fiesta de Navidad a la que todo el mundo, tanto alumnado como voluntariado, llevamos comida de nuestras respectivas regiones. Toda una experiencia, menuda mesa se preparó, la gente fue más que generosa y así pudimos conocernos los de los distintos niveles.

Después de la Navidad hubo bastantes ausencias, muchas de las personas habían venido solo por un trimestre y se les había acabado el tiempo en Madrid y otras habían encontrado un trabajo (entre ellos Taras). Así me di cuenta de que el contacto con mis alumnos/as iba a ser efímero y que no podía preparar las clases pensando en ellos/as porque nunca podía saber con certeza quiénes iban a venir y, aunque en el grupo de profes de A2 intentamos pasarnos la información para compartir las actividades y no repetir demasiado, siempre es una sorpresa el público con el que me voy a encontrar cada viernes, y por ahora, he de decir que está siendo una sorpresa siempre muy agradable.

Alexandra, llegada desde Polonia, siempre dispuesta a aprender, me sorprendió contándome que había ido de excursión a la Pedriza “a dedo” y así empezamos una conversación en la que me explicó que ella y sus amigos están acostumbrados a moverse haciendo autostop y que la gente les acoge en sus coches a cambio de conversación y compañía. Ese día conocí a Guy, que recién llegado de Brasil, me explicó que  el couch surfing no es tan “arriesgado” como yo pienso y me hizo llegar a la conclusión de que me queda por conocer aún más de lo que yo pensaba, que hay muchas formas de relacionarse, viajar, conocer, intercambiar y que mi  entorno es muy limitado y está lleno de miedos y prejuicios. Ese día salí de clase con la impresión de haber abierto un poco más los ojos y los oídos y ahora puedo presumir de mis conocimientos sobre otras formas de moverse por el mundo.

Ahí siguen las imprescindibles Nicoletta y Valentina, ambas procedentes de Italia, que se conocieron en SCI. Nadie lo diría porque parecen amigas de toda la vida, hermanas o almas gemelas desde la infancia. Son unas conversadoras natas y siempre que pueden introducen sus dudas, sus paréntesis, sus aportaciones, podríamos estar horas con ellas porque hacen de las clases una charla entre amigos/as. Nico diseña camisetas con la imagen de “Braccio di Ferro” (así llaman en Italia a Popeye) y nos divierte con las exigencias de la marca. Valentina es matrona y, cuando nos cuenta sus experiencias, nos emociona.

Puedo decir que, desde marzo aproximadamente, Brasil se ha instalado en SCI. A la vez que Guy llegaron también Joselindo, Roberta, que me habló de Otto (su cantante favorito), Alexander, que me sigue ilustrando sobre la historia de su país y me cuenta su preocupación por lo que está sucediendo en la actualidad, Mª Luisa, Angela y Tamires (que me costó un poquito aprender su nombre), que están haciendo doctorados en España sobre Salud Pública y que quieren empaparse de lo mejor de nuestro sistema para trasladarlo a su país. En clase nos contaron lo que esperaban encontrar aquí para poder proponer allí. Yo les ofrecí mi visión y les expuse las ventajas e inconvenientes que he tenido desde mi experiencia de usuaria de la sanidad en España. Ellas me decían que admiraban nuestro sistema autonómico y descentralizado y yo les contaba lo que ha cambiado en los últimos años. Y Valentina, desde su experiencia como matrona en Italia, nos contó también cómo funcionaba el sistema de salud italiano.

Normalmente, terminamos la clases a la hora prevista, y a veces incluso la conversación está tan interesante que la seguimos en los bares. Alguien lanzó la idea   para que en los meses de calor, busquemos una piscina para refrescarnos mientras aprendemos unos de otros, con la excusa de mejorar el español (o castellano…), como Christian, otro italiano que espero seguir viendo por clase, que me hizo cuestionarme el porqué de esa distinción entre español y castellano.

En definitiva, las clases dan para mucho y entre todas estas personas de las que recuerdo sus nombres, a lo largo de este curso han pasado muchos otros rostros un poco más anónimos, que por su estancia efímera o porque no han coincidido conmigo, no he podido reflejar aquí, pero que seguro que han llenado igualmente el aula con su presencia y con su interés y que forman parte también de esta bonita experiencia de intercambio que para mí está siendo el voluntariado en SCI.

 

 

Mar Herranz Mateos

16 de mayo de 2017